A lo largo del día, Berlín quiso reducir la gravedad de lo sucedido. Y se cuestionó que fueran hackers obedientes a un estado extranjero. Como el ruso o el chino, sospechoso este del robo reciente de los datos de 383 millones de clientes de los Hoteles Starwood. Cuentan policía y fiscalía alemana que fue una cuenta de Twitter la que puso en circulación los datos. En parte con un calendario de adviento con ventanillas que ofrecían a diario esos datos desde direcciones, correos y números de teléfono hasta textos de diversa índole.
El gobierno alemán asegura que no hay material de alto secreto entre los datos robados. Es la forma de limitar daños y el propio fracaso que supone para un gobierno que les roben información secreta en su «sancta santorum» informático. La guerra cibernética está en marcha. Aunque de momento no haya pasado de escaramuzas. Pero cada hackeo que un gobierno sufre, sea quien sea su autor, es una derrota, una seria humillación y una grave merma de prestigio y seguridad. Eso que ahora llaman una «catástrofe reputacional».