Por.Héctor E. Contreras.
San Juan 16:33.
Como parte del plan de redención de nuestro Dios, cada persona experimenta la adversidad durante su existencia en la tierra. Las pruebas, desilusiones, tristeza, dolor y todo tipo de enfermedad; que son aspectos, en ocasiones, difíciles de enfrentar. Sin embargo, con la ayuda del Señor se puede llegar a un desarrollo y crecimiento jamás soñado. El éxito que se pueda alcanzar para enfrentar y vencer la adversidad, depende de cómo se enfrente. La adversidad es sinónimo de angustia, calamidad, padecimientos, quebrantamiento, sufrimiento y tribulaciones. Job escribió lo siguiente: “Porque la aflicción no sale del polvo, ni la molestia brota de la tierra. Pero como las chispas se levantan para volar por el aire, así el hombre nace para la aflicción”, Job 5:6-7. La última palabra de estos versos dice que el hombre nace para la aflicción. “aflicción”. Su raíz es el verbo “‘amal”, que es igual a pena, labor, dolor, problema, miseria y fatiga. Este verbo se usa en el Salmo 127:1, el cual alude al agotamiento de los obreros que están tratando de construir la casa de Dios sin su cooperación, la de Dios. En el libro del Génesis encontramos estas palabras: “Dios me hizo olvidar todo mi trabajo, y toda la casa de mi padre”, Génesis 41:51. Cuando José alcanzó finalmente el gozo, luego de sufrir la traición familiar, una infeliz esclavitud y un injusto aprisionamiento, fue cuando pronunció las palabras citadas anteriormente. Ninguna persona debe sorprenderse al llegar las dificultades a su vida. Cada quien debe conocer y aceptar que ello forma parte de la vida y que, con la fe en Cristo Jesús, siempre se puede vencer.
Nuestro verso central nos dice: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo”, Juan 16:33. Aflicción, del griego “thlipsis”, equivale a presión, opresión, tensión, angustia, tribulación, aflicción, pena y adversidad. Como lo describió Job; la aflicción no sale del polvo, sino que proviene de lo que se lleva dentro o ha sido parte de la vida. Cuando se cree estar más alto, hasta allí nos puede sorprender la aflicción, algo adverso a lo que se ha propuesto la persona en su corazón, en su interior.
“Dios es nuestro amparo y fortaleza, Nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, Y se traspasen los montes al corazón del mar, Aunque bramen y se turben sus aguas, Y tiemblen los montes a causa de su braveza”, Salmo 46:1-3.
Estas palabras me llevan a David, cuando escribió: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; Tu vara y tu cayado me infundirán aliento”, Salmo 23:4. Con la declaración de David, debe llevar a cada persona a buscar con deseos ardientes hallar la provisión en la presencia de Dios. Este sentimiento de reverencia hace que el salmista pase del uso de la tercera persona para referirse a Dios, a mucho más personal apelación de: “porque tú estarás conmigo”. “aliento”, del griego “nacham” es confortar, consolar, extender compasión, lamentarse con alguien que sufre; arrepentirse. También se puede interpretar como a “respirar profundamente debido a una intensa emoción”. En su sentido de consolación, “nacham” no describe la simpatía casual, sino más bien una empatía profunda. Se podría decir como que “se llora con los que lloran” o “se lamenta con aquellos que se lamentan”. De “nacham” se deriva “Nahum”, igual a “Consolador” y “Nehemías”, que equivale al “Consuelo de Jehová”.
“Y te pondré pondré en este pueblo por muro fortificado de bronce, y pelearán contra ti, pero no te vencerán; porque yo estoy contigo para guardarte y para defenderte, dice Jehová. Y te libraré de la mano de los malos, y te redimiré de la mano de los fuertes”, Jeremías 15:20-21. Puedo decir, sin temor a equivocarme que, son muchos los que han recorrido un largo trecho para llegar hasta donde hoy se encuentran. Antes, el mismo Dios, hablando a Jeremías, le dijo estas palabras: “Porque he aquí que yo te he puesto en este día como ciudad fortificada, como columna de hierro, y como muro de bronce contra toda esta tierra. Y pelearán contra ti, pero no te vencerán; porque yo estoy contigo, dice Jehová, para librarte”, Jeremías 1:18-19. La aflicción, la adversidad o la angustia que se pueda padecer hoy, no se puede echar en el saco del olvido obviando todas las promesas de Dios en cuanto a las personas. Tú eres una columna de hierro, también un muro de bronce, pelearán contra tí, pero nunca te vencerán, porque Dios estará a tu lado para librarte de todo cuanto llegue a tu vida. Debes recordar que, en Cristo Jesús saldrás siempre victorioso. ¡Bendito sea nuestro Dios! ¡Aleluya!
No podemos desmayar ante la adversidad que nos pueda llegar, se hace necesario apropiarnos de las promesas de Dios para nuestras vidas. Hay que seguir adelante sin volver nuestros ojos hacia atrás, mirando siempre hacia adelante, porque en medio de nuestras luchas, Cristo marca el camino con sus huellas que nos llevan a ser más que vencedores. El enemigo de nuestras almas, por más zancadillas con que trate de atravesarse en nuestro caminar, nunca lo podrá lograr, porque hemos reafirmado nuestro vivir en Cristo Jesús y también porque somos muros fortificados, columnas de hierro; todo forjado por nuestro Dios.
“Y temerán desde el occidente el nombre de Jehová, y desde el nacimiento del sol su gloria; porque vendrá el enemigo como río, más el Espíritu de Jehová levantará bandera contra él”, Isaías 59:19. Vendrá el enemigo contra nosotros, pero Dios nos asegura que nuestro enemigo; por supuesto, el Diablo, quien también es engañador, será vencido, porque hemos sido lavados con la Sangre del Cordero de Dios y al mismo tiempo, recibimos el poder del Espíritu Santo. Son muchas las interrogantes que nos llegan cuando la adversidad o aflicción nos azotan, y estas interrogantes siempre van dirigidas hacia Dios. ¿Por qué a mí, por qué tanto sufrir este quebranto, qué he hecho para merecer esto? Tales preguntas a nuestro Creador, pueden obstruir nuestra visión en lo espiritual y privarnos de las experiencias que podríamos alcanzar por medio de las pruebas que nos llegan. Hace, algún tiempo, estando en la clínica para hacerme unas pruebas de laboratorio, mientras esperaba mi turno llamé a un cuñado mío; mientras conversábamos vía celular, me hizo la siguiente interrogante: “¿Tú te has quejado delante de Dios sobre lo que te está aconteciendo ahora con esa enfermedad?” A esto yo le respondí lo siguiente: “¿Y quién soy yo para enfrentar a Dios e interrogarlo por lo que ahora padezco?”. Para mi, mi esposa y mis hijas, junto a sus hijos, otros familiares y hermanos en la fe, fue un tiempo muy difícil; es cierto, pero la fe en Cristo Jesús y sus promesas, me sostuvieron y aún continúa actuando día a día en mí. David escribió: “Has cambiado mi lamento en baile, y me ceñiste de alegría. Por tanto, a ti cantaré gloria mía, y no estaré callado. Jehová Dios mío, te alabaré para siempre”, Salmo 30:11-12.
“La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”, San Juan 14:27. “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”, Filipenses 4:6-7.
“Jehová te bendiga, y te guarde; Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia; Jehová alce a ti su rostro, y ponga en ti paz”, Números 6:24-26.
Que la paz de Dios reine en cada vida en tiempos de adversidad. Bendiciones, amados del Señor.