El cliché tiene parte de verdad, como también la tiene la historia que dio lugar a la tradición: la celebración compartida entre los peregrinos ingleses de Nueva Inglaterra y los nativos Wampanoag en Plymouth, actual Massachussetts, en el otoño de 1621, en agradecimiento a la buena cosecha, después de un año de sufrimiento. La misma parte de verdad que asiste a quienes dicen que, en realidad, ese no fue el primer Acción de Gracias en el actual territorio de EE.UU.: fue varias décadas antes, más al sur, y se bendijeron los alimentos y se dio gracias a Dios en la lengua de Cervantes, no en la de Shakespeare (ambos contemporáneos de estos acontecimientos).
En 1985, Michael Gannon se convirtió en el aguafiestas nacional de EE.UU. Un reportero de «The Associated Press» le hizo una entrevista y este historiador de Florida le contó lo que ya había publicado en un libro, tres décadas antes, que había pasado desapercibido: que el primer Acción de Gracias ocurrió en las costas de su estado y lo protagonizó Pedro Menéndez de Avilés, el explorador español que fundó San Agustín, la ciudad más antigua de EE.UU. Según Gannon, la expedición española arribó a estas cosas el 8 de septiembre de 1565. Se celebró una misa y compartieron una comida con los indios Timucua: «Fue el primer acto religioso y de acción de gracias en comunidad en el primer asentamiento permanente en esta tierra».
Otros sitúan el primer Acción de Gracias a miles de kilómetros de allí, pero también antes de la de Plymouth y con el mismo acento español: la celebración que Juan de Oñate organizó en abril de 1598 en San Elizario, en las inmediaciones de lo que hoy es El Paso, en Texas. Oñate lideró una gran expedición colonizadora a lo que hoy es Nuevo México. Tras sobrevivir al paso del desierto de Chihuahua, Oñate cruzó por fin el Río Grande y organizó una celebración donde tomo posesión de las tierras para la Corona de España y dio gracias a Dios. Cada año, cientos de personas conmemoran lo que consideran el primer Acción de Gracias en territorio de EE.UU.
«Pero es un mito» asegura a este periódico Al Borrego, presidente de la Sociedad Histórica de San Elizario. En aquella celebración no hubo indios nativos, con los que la expedición se encontró varios días después. Para Borrego –que tiene sangre española y apache– lo importante de la gesta de Oñate es el impacto cultural en esta región de EE.UU., que todavía se siente en la lengua, la cultura o las costumbres. «De los Wampanoag, no quedó ni uno», lamenta sobre los indios que ayudaron a los peregrinos ingleses en Plymouth.