El Sacrificio.

Por el Pastor Héctor E. Contreras.
Iglesia Metodista Libre Inc La Senda.

Todo dió inicio en el Monte Moriah, lugar escogido por Dios, cuando llamó a Abraham para que sacrificara a su hijo Isaac en este lugar. Isaac nació de una promesa y por un milagro de Dios, ya que sus progenitores sobrepasaban su tiempo para la concepción para procrear, Génesis 18:10-12. Para el anuncio del nacimiento de Isaac, Dios realizó una visita a Abraham, cuando el Señor le da la noticia al patriarca, detrás de la puerta se encontraba Sara, su esposa y al escuchar la conversación, dice el verso 12 que ella se rió. De ahí nace el nombre Isaac, que significa «risa». Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, son las palabras de Dios para Abraham, vete a tierra de Moriah y ofrécelo allí en holocausto, Génesis 22:2. Las palabras «tu hijo, tu único», nace del hebreo «yachid». Uno, único, «una vida preciosa». Cuando Abraham salió hacia el Monte Moriah, Isaac, a quien su padre le hizo llevar la leña del sacrificio sobre sus hombros, éste le dijo a su padre: «He aquí el fuego y la leña; más ¿Dónde está el cordero para el holocausto? Y su padre le respondió: «Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío», Génesis 22:7-8. Antes, al final del verso 5, después de ordenar a los hombres que le acompañaban detenerse y esperar por su regreso, les dijo: «yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos, y volvernos a vosotros».

Adoraremos y volvernos a vosotros; Dios proveerá de cordero, hijo mío. Es a partir de ese entonces donde nace la fidelidad de un hombre hacia su Dios y Señor, convirtiéndose en el padre de la «fe». Es en el Monte Moriah donde se inicia el acontecimiento más trascendente de la historia cristiana, la historia de la fe, cuando este hombre no denegó nunca el dar en sacrificio al «yachid» milagroso, siendo el prototipo de lo que sucedería muchos años más tarde del «yachid» de Dios, Jesucristo, su único Hijo. Volveremos, Dios proveerá de cordero. Sus propias palabras de fe se cumplieron, porque Abraham le creyó a Dios y en su creencia entendiendo que, si su hijo Isaac moría, su Padre celestial lo levantaría desde la tumba. Después de preparar el altar para el holocausto, con lágrimas en sus ojos que brotaban desde lo más profundo de su ser, interrogantes en su mente y corazón, con pulso firme levantó el cuchillo para sacrificar a su único hijo, desde las alturas se escucha la voz de un ángel que le dice: «Abraham, Abraham. No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque yo conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único», Génesis 22:12. Después de escuchar al ángel de Dios, Abraham alzó sus ojos y a sus espaldas pudo ver un cordero atado, lo tomó y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo, verso 13. Abraham, el padre de las multitudes, fue un hombre de valor y de fe inquebrantable. Para este tiempo, nuestro Señor está buscando hombres y mujeres con la disposición de servirle y se conviertan a Él, a través de Jesucristo, gente de fe, que sean capaces de obecer a la voz de Dios sin temor, porque entiendan que, en la obediencia está la victoria final.

El 16 de abril del año 2007, fue un día trájico para la Universidad de Virginia Tech, en los Estados Unidos y para el mundo donde se escuchó sobre esta tragedia. Fusil en mano, el estudiante de ingeniería mecánica, el coreano CHO SEUNG HUÍ, de 23 años de edad, entró al campus universitario y asesinó a 32 estudiantes y al profesor de Ingeniería Mecánica Liviu Librescu de 76 años. Este profesor, en su juventud había sido deportado a un campo de trabajo forzado en los tiempos del Holocausto del pueblo judío, de ahí lo enviaron a Moldavia, en Rumanía y por último, confinado a un Ghetto en Focsani, también en Rumanía junto a otros judíos. Cuando Seung Huí llegó al aula donde este profesor impartia sus clases, éste cerró la puerta por dentro, rogando a sus estudiantes saltar por una ventana, mientras él luchaba con todas sus fuerzas y un valor inconmensurable por mantener la puerta cerrada en defensa de sus alumnos. Su cadáver fue hallado al pie de la puerta cuando esta fue derribada. Todos sus estudiantes se salvaron gracias al sacrificio de este hombre.

La cita de Romanos. 5:7-8 nos dice así: «Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Más Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros». Después de sufrir lo indecible en Ghettos y campos de concentración en Rumanía, el profesor Librescu murió en defensa de sus alumnos. Su sacrificio, después de haber luchado y batallar incansablemente hasta lograr llegar a ser un docente de la Universidad de Virginia Tech, al final se convirtió en el salvador de sus alumnos, de los cuales no se perdió ninguno, por su decisión férrea de luchar en su favor. Podemos llamar a este hombre «HOMBRE DE VALOR». Su sacrificio marca una historia imborrable de la Universidad de Virginia Tech.

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo único, su «yachid», son las primeras palabras de Juan 3:16. El sacrificio que jamás padre alguno haya podido hacer y que hijo alguno lo aceptara, fue el del Hijo único de Dios, Jesucristo. La Biblia dice de Él que era, primeramente el Verbo, en segundo lugar, el Verbo era con Dios y en tercer lugar, el Verbo era Dios, Juan 1:1. Como escribí al inicio de este mensaje, Abraham e Isaac fueron el prototipo de lo que había de venir como padre e hijo. En el verso 13 de Génesis 22, cuando Abraham, al ver el cordero atado a sus espaldas, es el significado de Cristo, al venir al mundo a morir por toda la humanidad. Juan el Bautista, dice de Jesucristo las siguientes palabras: «He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo», Juan 1:29. El Cordero de Dios, el Verbo encarnado, Jesucristo, el unigénito de Dios, se convirtió en el máximo sacrificio, por amor al mundo.
Jesucristo, el sacrificio perfecto, el lenguaje sacrificial de la declaración de Juan el Bautista, señala la dimensión universal de la misión de Cristo en la tierra. Esta convicción del Señor no se apoderó gradualmente de Jesús, sino que permeó desde el principio todo su ministerio terrenal.

Al concluir, en su carta a la Iglesia de Filipenses, el apóstol Pablo dice lo siguiente: «Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres, y estando en condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz», Filipenses 2:5-8. Como Abraham al principio, en cuanto a su humildad y obediencia, son las mismas características de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Humildad y obediencia, van de la mano para poder alcanzar grandes metas y propósitos en la vida de cada creyente.

Que la bendición y la gracia de nuestro Dios esté en cada corazón, en cada vida ahora y siempre. Bendiciones.

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