Una comunidad al alza que ha visto el cielo abierto por su simpleza y diseño básico; compartir imágenes, comunicarse por privado y publicar fotografías que desaparecen al tiempo. Un verdadero fenómeno social. La imagen vale más que mil palabras. «Influencers» de toda clase y devoción se agolpan en una herramienta que empieza a apretar el pedal de la publicidad. Y ya es la «app» que se ha hecho dueña de 2018. Es cierto que queda todavía muy lejos los datos de Facebook, pero no se puede descartar que esta última le acabe ganando la batalla de la popularidad en algunos países en el próximo año.
La plataforma no solo ha cautivado al perfil más joven, sino que empieza a tomar el relevo de su «hermana» mayor, Facebook, aparentemente estancada y sin un futuro demasiado esperanzador. «Una plataforma en un principio destinada a que los adolescentes interactuasen por medio de imágenes y vídeos retocados se ha convertido, especialmente desde este año, en un producto global», relatan fuentes de la consultora Statista.
En consecuencia, «ya no son solo los proveedores de servicios y artículos pensados para los más jóvenes los que necesitan esta red social para promocionar sus productos», sino que, poco a poco, «les tocará a todas las empresas que quieran incrementar su presencia en redes sociales». El problema adicional es que, al mismo tiempo que crecía, Instagram ha empezado a ser el cobijo de grupos dedicados a la intoxicación informativas.
Un informe de la firma de ciberseguridad Newknowledge, Instagram es la herramienta digital «más efectiva» para la Internet Research Agency, una compañía de propaganda digital que se ha hecho popular en los últimos años por sus campañas de desinsformación. De tal forma, que lo que parecía una simple e inocente red de imágenes se ha convertido en el lugar predilecto para difundir «fake news».
Todo se andará, creen los expertos. Otro de los aspectos a revisar son los «falsos influencers»; usuarios que han comprado seguidores y no tienen realmente una comunidad solvente pero aspiran a ganarse la vida con ello o, al menos, que marcas comerciales les entreguen dádivas y regalos. Algo que los anunciantes empiezan a desconfiar.