Conviene recordar que el Tratado INF, firmado por Reagan y Gorbachov en 1987, está considerado como el último acuerdo de la Guerra Fría en vigor para el control de armamentos nucleares. Acompañado de un estricto régimen de verificación, supuso la destrucción de todos los misiles balísticos y de crucero con alcances entre 500 y 5.500 kilómetros. Además de prohibir la posesión, producción y experimentación de este tipo de armas.
El mérito del Tratado INF es que fue la primera vez que se intentó, no solamente limitar, sino eliminar por completo toda una categoría de misiles. Tras su ratificación y entrada en vigor en 1988, ambas partes lograron su total cumplimiento en el verano de 1991, meses antes del colapso de la Unión Soviética. No obstante, Washington lleva años acusando a Moscú de violar un pacto que no afecta a China.
La respuesta de Putin ha consistido en amenazar con una carrera de armamentos, insistiendo en que no existe «evidencia alguna» sobre los supuestos incumplimientos de Rusia. En este sentido, el Kremlin ni se ha molestado en defender el despliegue de su nuevo misil de crucero, designado 9M729, que según EE.UU. y sus aliados suponen una flagrante violación del INF.
Ante este preocupante colapso de los controles existentes sobre armas nucleares, los defensores de la no-proliferación –tanto republicanos como demócratas– insisten en que Trump debe reformar los fallos del tratado INF y no volver a los tiempos en que Europa se encontraba amenazada directamente por misiles SS-20 y Pershing II.