Por supuesto, la crónica mendacidad de Donald Trump se ha visto estimulada por el actual pulso en Washington sobre su empeño de construir un muro en la frontera con México. Una saga que empezó durante la campaña presidencial como un recurso nemotécnico para que un candidato indisciplinado pudiera beneficiarse de los miedos identitarios generados por la gran crisis y fomentar un clima anti-inmigración en una nación de inmigrantes.
En su primer discurso a la nación desde el despacho oval (el escenario más formal en la retórica presidencial americana), Trump mezcló gravitas con las clásicas falacias que viene utilizando en sus delirantes mítines. Una vez más, «El Jefe» ha presentado a los inmigrantes sin papeles como violentos criminales, aunque las estadísticas y estudios insistan en demostrar que los indocumentados no son más proclives a la maldad que los yanquis de pura cepa.
Dentro de esta lluvia de fabricaciones, hay que recordar que Trump empezó repitiendo que el muro lo pagarían México. Ahora, en un alarde de contabilidad creativa, el muro «humanitario» no lo pagará el contribuyente americano. Se costeará por sí mismo en virtud de beneficios asociados a mejores acuerdos comerciales y menos tráfico de drogas. Afirmaciones sustentadas más bien en la alquimia nativista.
Quizá lo único bueno de todo el discurso de diez minutos es que el presidente no declaró un estado de emergencia para que no le reprochen ser parte de la derechita blanda, optando de momento por no abusar el poder de su puesto.